Roberto Moll en su complejo personaje del general Cipriano Castro. |
“El hombre no es lo que oculta, sino lo que hace. Es lo que hace, no lo que consume”, enseña el francés André Malraux. Mientras que el venezolano Manuel Vicente Romerogarcía acuño esta frase lapidaria:“Venezuela es el país de las nulidades engreídas y las reputaciones consagradas”.
¿Y por qué uso esas dos citas para encabezar esta reseña sobre la película La planta insolente, la más reciente creación de Román Chalbaud a partir del guión de Luis Britto García? Porque esas sabias palabras están ahí, transformadas en una buena obra de arte fílmico -donde trabajaron centenares de venezolanos- que puede ayudar a comprender lo que es como pais y cómo piensan, sueñan y trabajan sus habitantes, nativos o asimilados.
La planta insolente podría evaluarse como un atrevido largometraje, sobre el auge, el desarrollo y la caída del nacionalista dirigente liberal Cipriano Castro (Capacho Viejo, Táchira, Venezuela, 12.11.1858/ Santurce, Puerto Rico, 04. 12.1924), pero también proporciona al espectador, inteligente e informado, una parábola sobre lo que ha sido la politica y el desarrollo socioeconómico de Venezuela durante más de dos siglos. Podría verse como la rocambolesca biografía de un caudillo que amó demasiado a su patria, o también un acercamiento sobre lo que ha sido la gobernación, el crecimiento y los obstáculos venezolanos y foráneos, especialmente en la centuria pasada.
Nada fácil ni grata ha sido la historia venezolana, no solo porque sus ciudadanos no lo hayan querido ni buscado, sino porque el vecindario colaboró a medias, porque no hubo la unidad necesaria, y porque tuvo que defenderse de otras gentes interesadas en sus riquezas, en ese “dorado” que la ha perseguido desde que se independizó y ha luchado siempre por ser libre y soberana, a pesar de una inverosímil corrupción, no solo de sus dirigentes. La historia de Venezuela no se diferencia mucho de la de otros países latinoamericanos, porque una especie de hermano mayor ha querido obligarlos, a todos, a pensar y hacer sus designios, pero ha encontrado resistencia a veces y complicidad en otras ocasiones. La hora de América Latina llegará más temprano que nunca, como lo dijeron Camilo Torres y Salvador Allende, en otros escenarios, y por eso los mataron.
Es, pues, La planta insolente una oportuna película política, que revisa rápidamente (llega a los 100 minutos) lo que han sido sus líderes políticos y culturales. Un filme que, gracias a su pulcra estructura conceptual y excelente realización artística, enseña lo que no se debe hacer o lo habría que organizar u obtener para salir adelante, sin caer en el tentador panfleto. Todo eso está ahí en las pantallas cinematográficas criollas, gracias a la suma de talentos y pasiones que aportaron Chalbaud y Britto García, el primer actor Roberto Moll y centenares de comediantes y técnicos quienes dieron sus sangres, sudores y lágrimas para materializar, con un realismo estremecedor, salpicado de detalles surrealistas o mágico religiosos, porque hasta José Gregorio Hernández está ahí, curando a sus compatriotas y apoyando a la creación de la ciudadanía necesaria para la Patria.
No es, pues, La planta insolente, una película más. Es un respetable producto cultural inspirado en la historia nacional que debe ser visto y analizado por todos aquellos venezolanos que busquen la explicación de lo que pasó, lo que está ocurriendo y lo puede venir.